sábado, 31 de mayo de 2014

Del cajón Prohibido #4: En el burdel del perdón.

Este escrito es parte de las entradas que hice en un blog que he dejado morir. Decidí rescatarla por mero ego, el otro blog tenía carácter erótico, al menos eso pretendía, y como ahora me vale mi reputación, poco a poco iré mudando los escritos a este espacio.



Regresé antes de media noche, con los labios secos y manchas de sangre bajo la nariz, eso sí, ningún moretón. Aunque para ser preciso no hacía falta, ya era suficiente el zarandeo  de mi dignidad como para además cargar con los ojos delineados a puños. O, al tratarse de un conflicto con una… Dama, remarcados con las uñas. Y resulta ser que siempre supe que ellas lastiman más con la lengua, pueden mutilar con una mirada y derribar con su ausencia. No obstante, quise hacerme el rudo.

Era la habitación/oficina de la madrota, recuerdo que la promesa de mi virilidad y carácter me permitieron ser atendido con la calidez que solo unos pocos reciben. Y no es que en ese lugar no se le trate bien a las visitas. Por el contrario, el cliente es lo más importante en ese burdel, pero a ninguno lo atiende la “Jefa”.

Mi largo camino para perfeccionar a mi lado seductor consiste en el perfeccionamiento del arte más codiciado en el mundo, el arte de ser deseado e inaccesible. Solo podía lograrlo acercándome a quienes poseían las formas de atracción definitivas, y así lo intenté, solo que olvidé hacer a un lado mis defectos humanos.

Al principio ella me atendió con la humildad de cualquiera de sus empleadas antes de llegar a una habitación. Escuchó mi plática y planeó rápido un escenario en el que me podría complacer. Después que mencioné que yo pretendía conquistarla como al resto de las féminas, mi ambición le pareció destacable y digna de recibir una oportunidad. Ya era un miembro de la casa.

Varias noches me permitió visitarla y sentarme al borde de su cama, admirarla mientras se desvestía para ir a dormir. Aunque ella dormía sin ropa le gustaba probarse distintos conjuntos de noche solo para poder quitárselos una y otra vez, me encantaba ver sus gestos cada que la seda corría por su piel para después ser desprendida por la pura gravedad. La tela corría por sus hombros y sus senos sin formar pliegue alguno, era una caricia uniforme que levantaba su ritmo cardiaco. Y esa misma admiración que le tenía era la culpable de mi fracaso próximo.

Ella podía reafirmar a cualquier macho con solo mostrar su figura, y a cualquier criatura con sus palabras. Su mente combinaba la precisión de un hábil cirujano y la cadencia de un pianista experto, todo esto lo reflejaba en su movimiento firme sobre mi persona. Entonces le abrí mi mente, y si uno se convertirá en objeto de deseo, no puede abrir nada de sí hasta que el otro no abra lo correspondiente.
Eres un farsante- dijo ella –. Lo que me prometiste parece una mentira para sentarte en mi cama a 
fantasear, un hombre de verdad se levanta y actúa.

Disculpa – respondí apenado-, no encontraba el modo de…

¡Eres basura! – Respondió sin escuchar un pretexto – Te he mostrado de mis artes y sigues actuando como un crio que quiere una teta para chipar leche y no lívido. Es egoísta, un mentiroso, solo te has sentado ahí a platicarme tus experiencias igual que cualquier cliente, estos hombres no pueden tomar una mujer y vienen a comprar solo motivos para no sentirse miserables. Solo se levantan por las mañanas para trabajar por unos fierros que en la noche cambian por motivos. Saben que no tienen nada.

Yo solo compartía contigo – intenté decir sin lograr calmar su enojo.

¿Quieres compartir? –Dijo ella y me derribó en su cama y subió sobre mí exigiendo que cumpliera sus instrucciones -. Mastúrbate, eso es lo único que has hecho, solo llegas y cuentas tu vida como el resto de los clientes de mis putas, solo hablas de tú y no aportas nada, así es repugnante dejarte entrar, ni siquiera puedo tocarte. La diferencia es que los perdedores que quieren hacer eso aquí pagan, así que si eso pretendes ve a trabajar y solicita una mujer que esté dispuesta a venderte su tiempo, el mío jamás podrás comprarlo.

Ella se movía como si cabalgara a una bestia lenta y pesada, lo hacía con dominio y decisión, pero sobre todo con frialdad. Su cadera marcaba un ritmo constante y se columpiaba en una sola dirección, su pulso no se alteraba, no sudaba ni se erizaba. Ella sabía que simplemente era mucho para mí. Yo no me he salido de nada, tú no has entrado – dijo convencida.

Eres un hombre patético que viene al burdel a encontrar perdón para su cuerpo como aquellos que se esconden en las iglesias para obtener perdón, pero jamás se disculpan a sí mismos. – Mordió sus labios y cerró los ojos-. No me excita nada ello.

El rose de su piel era tan placentero que hasta un regaño suyo provocó que mis fluidos estallaran sobre mi pierna, pero al derramarme sentí como me despojaba de mi propio autorespeto, me había humillado para convencerse que solo me trataba de uno más.

Esa noche no sonreía, no lamió sus labios ni se acarició el cabello, no encontró un motivo húmedo ni el más cálido susurro suyo se vertió en mi oído. Claramente me pidió no volver si lo hacía para ensimismarme con mis propias manos.

Bajó de mí victoriosa y yo quedé derrotado, solo me quedó vestirme y salir con la amenaza de ser apabullado si regresaba sin noticias de un progreso. Regresé a mi casa y comprendí que no se puede crear sin trabajo alguno, sin un sacrificio del mismo valor de lo esperado, que era indigno admirar la belleza ajena si no se dan muestras de una capacidad recreativa. La primera lección importante para el camino del ovo era esa. Ir a la vida como el guerrero va a la batalla: con un objetivo y bien armado.

Afuera del burdel entendí que el costo de volverla a ver sería llegar en un futuro al sitio aquél con más coraje en los pantalones que mi concentrado en manos.

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