martes, 26 de diciembre de 2017

En el silencio de su espacio


¿Cuánto tiempo necesitaba para volver a sentir terror? 

Ella respondió que sólo era cuestión que algo me volviera a importar. Lo dijo como una frase lapidaria, como un mensaje que quisiera grabarme en la frente con postura ventajosa, pues entre sus manos y muy cerca de su afilada sonrisa tenía sostenido mi cuerpo por una muy valiosa proporción. Creo como nadie replicaría yo a una leona como ella teniendo posesión de la esencia de mi hombría, y era placentero.

Desde la primera noche recuerdo cruzar con ella apenas un roce de inteligencia, un solo comentario, apenas el más breve enunciado que hacía referencia al deseo. Y con eso bastó, como fiera se lanzó sobre mí llevándome tras las cortinas haciendo gala de su naturaleza de felina cósmica y su ronroneo con perfume desconocido: tan diferente, tan perturbada, tan lastimada.

Como cría alejada de su hogar a la fuerza, habiendo sido arrebatada de pequeña de lo único suyo, su refugio de pureza, siendo sometida y silenciada para traerla a este mundo, este planeta y estas tierras. Yo le preguntaba sobre su aterrizaje y demás detalles del viaje espacial y ella me respondía intercalando detalles y caricias, una palabra iba seguida de sus dulces garras inspeccionando mi torso o mis piernas mientras me contaba cómo recuperó el amor propio siendo una eterna extranjera. Ella no sabía cómo volver a casa, pero me prometió enseñarme a perderme más, entonces acordamos tomar posesión mutua, empacarnos juntos para una fuga espacial, ella tan dispuesta de entregarse sin temor a quedar flotando en una lata de metal.

Ya no puedo decir si hoy, pues entre estrellas no hay ni noche ni día, no puedo mencionar al ahora cuando estamos flotando en lo infinito, cuando las caricias son… Simplemente son; ni sobre ella ni dentro de ella, alrededor o meteóricos ataques que le cubren el rostro feliz y que ella bebe como dulces. No, el tiempo no tiene espacio en lo eterno y las caricias son todas a la vez: fuera, dentro alrededor e impactándose en ella. Y el instante es lo mismo que devora el brillo estelar y a la oscuridad misma, estamos unidos y no hay el inicio de uno y el final del otro, y así… flotando, viéndola morir y revivir innumerables veces emulando a la luna en sus ojos, así me desespera no escucharla gritar.

Y este silencio es un terror contrastante, pues ante nuestro éxtasis explosivo y ardiente cual supernova, el silencio a la vez nos abraza en un manto delicado. A diferencia de la tierra donde un beso es aplaudido por el agua cayendo o las aves volando, o por el susurro de la cigarra que muere y los labios despegándose poco a poco para abrir paso a lenguas que hacen algo mejor que hablar, en el vacío no hay gritos ni para bien ni para mal. Sólo veo su sonrisa y mirada que demuestran que estoy haciéndolo bien, siento que me atrapa y se aleja de la idea de soltarme alguna vez. De igual forma yo no puedo dejar de entrar en ella con firmeza y carácter.

“No hay terror más grande que aquel que se tiene a lo desconocido”. Es un rezo del profeta de lo que duerme en lo profundo, y ese mismo terror es lo más antiguo, y como ella y yo seguimos flotando, desde la creación hasta la entropía absoluta, entre colores inexistentes y el canto de los planetas, nuestros cuerpos y nuestros sentidos no son suficientes para describir nuestro acto, la palabra placer no será suficiente, ni el amor ni algún invento terrestre.


Solos, perdidos en lo indescriptible y gozándonos, sin rezagos de memoria, sin esfuerzos de etiquetas, sin la esclavitud a lo real que se profesa esperando la venida de un solo señor. Solos en lo cíclico del eterno retorno y más allá de los instintos. Somos un eterno goce.

Germán, en el nombre del demonio

Germán…  Claro que recuerdo ese nombre, yo nunca olvido uno: pequeña víctima de sí mismo, ignorante de su capacidad, temeroso del profu...